La sonrisa de un niño

Mi nombre es Pepo Rueda. Soy actor y payaso; trabajo habitualmente con Elástica Animaciones y, desde hace doce años, soy colaborador de Payasos sin Fronteras.
A lo largo de estos años, además de labores de sensibilización, galas o intervenciones artísticas en hospitales, centros de discapacitados y cárceles en España, siguiendo el eje fundamental de actuación de esta ONG, he intervenido en expediciones fuera de nuestro pais, en lugares afectados por problemas bélicos, de hambruna y exclusión o víctimas de catástrofes naturales, y especialmente volcados hacia la población infantil, la más frágil e inocente siempre.
He estado en Namibia, El Salvador, Kosovo, Líbano, Haití, en dos ocasiones, y el año pasado, recién llegado de Costa de Marfil, envié este correo a la oficina de Payasos sin Fronteras:
La sensación que tengo ahora, a pocas horas de la vuelta de estos quince días vertiginosos, es un poco triste. Sabíamos que íbamos a trabajar con niños desplazados, refugiados y traumatizados por los efectos de la guerra. Y también sabíamos que la realidad que íbamos a palpar iba a ir más allá de las cifras y las referencias. Pero por más que vayamos sabidos, el contacto directo con la miseria y la desesperanza de esos niños que sin embargo siguen dándonos lecciones de vida cuando, alborozados, nos reciben:" ¡los blancos, los blancos, los blancos!", nos hacía quedarnos siempre tras los espectáculos para sentir sus manos, sus deseos de un contacto amigo.
Hemos estado en la selva, con ACNUR, en Guiglo y Toulepleu, zonas castigadas por los conflictos bélicos -días después de nuestra estancia tuvimos noticia de enfrentamientos armados con el resultado de varios muertos en Toulepleu-, hemos ido a Tabou, también con ACNUR, en el golfo de Guinea al lado de la frontera con Liberia, donde acogen como pueden a refugiados, desplazados y pescadores ghaneses sacudidos por la guerra. Y hemos trabajado en Abidjan, la capital económica del pais, una monstruosa sucesión de emplazamientos que acoge ya a más de cinco millones de personas. En la capital hemos colaborado con el MESAD (Movimiento por la Educación, la Sanidad y el Desarrollo), una ONG local, y hemos ido a los barrios más marginales en los que se agrupa una multitud de desplazados internos en ínfimas condiciones. Ayer mismo, en la penúltima función, se nos partía el alma cuando los niños se apelotonaban en torno al coche en el que, aún vestidos para hacer la siguiente nos disponíamos a partir, pidiéndonos: "quiero comer, quiero comer". En Guiglo, antes de un espectáculo que hicimos en la plaza pública -llaman plaza pública a un espacio generalmente a las afueras del pueblo, destinado a las celebraciones o eventos de la comunidad- , cuando estábamos rodeados de niños jugando y haciéndonos fotos con ellos, se me acercó una niña de unos siete años, desarrapada y seguramente huérfana, y me dijo: "tú eres mi papá", señalándome con el dedo. La estreché en mis brazos, me siguió como un pollito todo el tiempo, la saqué de voluntaria en el espectáculo, pero no quise despedirme de ella por no alimentarle vanas esperanzas o quizás por no hacerme daño yo, egoistamente. Aquella noche lloré en la soledad de mi habitación maldiciendo al mundo.
En fin, sé que hemos hecho felices durante un rato a más de ocho mil niños y algunos adultos que los acompañaban, y sé que nuestro cometido acaba ahí, que los que reparten comida y curan enfermedades son otros, pero no puedo dejar de sentirme triste. Y cansado. Hemos vuelto los tres con unos cuantos kilos de menos, consecuencia del calor, la falta de comida y el apretado calendario, dos y tres funciones diarias bajo el sol...
He elegido este testimonio como paradigma de una expedición cualquiera de las más de 700 que hemos realizado en nuestros 20 años de existencia. Cambian las condiciones, cambian las culturas y cambian las razones que abocan a muchos pueblos a la miseria, pero en todos los casos hemos llevado la risa a niños que tienen pocas ocasiones y menos motivos para ser felices; y también a sus familias que, cuando ven que sus niños son capaces de volver a reir empiezan a concebir esperanzas. Y en todos los casos hemos vuelto cargados con mucho más amor del que hemos entregado y, sobre todo, con lecciones de entereza y dignidad, una manera de afrontar la adversidad con alegría que nos sonroja cuando la comparamos con nuestras a veces fútiles carencias.
Y este año ya hemos comenzado nuestra labor. Si alguien quiere seguirnos puede consultar nuestra página web www.clowns.org donde se van actualizando puntualmente las actividades que llevamos a cabo.
José Luís Rueda Moreno